miércoles, 26 de agosto de 2015

Dice la burguesía sobre el maestro

Volvemos a compartir el Mensaje de la 36, emitido el 2 de agosto de 2010, de gran vigencia en este momento y que puede volver a escuchar aquí:.
http://www.ivoox.com/mensaje-36-2-agosto-2010-audios-mp3_rf…

MENSAJE DE LA 36
DICE LA BURGUESÍA SOBRE EL MAESTRO:
¡Que sentimiento aparte del religioso, podrá ser más conveniente que éste para el educador que tantos contratiempos tiene que arrostrar!”.
“Conducir al hombre, como portador consciente de los valores eternos, a un sentido de la vida equivale a erigirse en instrumento del Eterno para la realización de dichos valores”.
SOBRE LO CUAL OPINA EL PROLETARIADO:
Un “apóstol” sufrido y “candoroso” que soporte tranquilo la miseria y el hambre, porque cuanto más hambre y miseria más diáfano será el apóstol, he ahí un ideal que la burguesía tiene particular interés en difundir. En directo contacto con las masas populares sería peligroso que el maestro llegara a comprender que también es un obrero como los otros, y como los otros explotados y humillado. ¡Que procedimiento más refinado, en cambio, convertir su propia miserable situación en la virtud más excelsa de este venerable “instrumento del eterno”.
Solo el socialismo puede crear el “hombre nuevo”, “Un nuevo tipo de hombre, que trabaje por igual en las bibliotecas y en las usinas, y que lo mismo corte madera, que cargue un fusil, o que discuta de los problemas más abstractos”. La “nueva educación” significa pues para el proletariado, un ideal preciso. Frente al niño fascista formado por la burguesía en la última etapa de su historia, para defender y mantener la explotación, el proletariado en el poder se apresura a construir un nuevo tipo de niño; el niño que sirve los intereses de la única clase social que en vez de perpetuarse como tal aspira a destruir las clases sociales para liberar a la sociedad.
Frente a esas dos concepciones de contenidos tan opuestos que podríamos encarnar en los nombres de Gentile y Lunatcharsky, vimos anteriormente que otra corriente de la “nueva educación” se esforzaba en tomar una actitud intermediaria. Entre el fascismo de la burguesía y el socialismo del proletariado, aspiraba a crear una educación que no tuviera que ver ni con uno ni con otro. Á que clase social interpreta esa corriente? Es lo último que nos falta ver. Cuando se escucha a los teóricos de la burguesía no puede haber muchas dudas respecto a lo que quieren; no las hay, y mucho menos, en las francas palabras del proletariado. Pero al ponernos en contacto con los nuevos teóricos cuyo nombre representativo podría ser lo mismo Spranger que Wyneken, todo se vuelve indeciso, confuso, vacilante. Se tiene por momentos la impresión de que sospechan algo de lo que en el mundo está ocurriendo, pero que prefieren mejor no saberlo del todo. Desarraigados de un sistema de convicciones, no están todavía instalados en otro. Se sienten por lo mismo como seres sin quicio y se forman sobre todo lo que observan, opiniones que bizquean. Saben por ejemplo, que la historia cambia y que las sociedades se transforman pero como les asusta admitir la lucha entre las clases se contentan a los sumo con la lucha entre las “generaciones”. Saben también que las religiones son formas subalternas hace rato superadas, pero como no se animan a conducir hasta el fin su pensamiento, se detienen en una “religiosidad sin religión” , que es como decir una humedad sin agua. Ambigua situación que los obliga a reconocer en el Universo la existencia de un “irracional” de una “finalidad” o de un “elan” que es a la postre otras tantas maneras de volver a aceptar un Dios de barbas blancas. Como no saben ni se atreven a dar respuesta franca a ninguna de las grandes cuestiones más urgentes, aseguran que la problematicidad está en el centro de todo lo que existe y que la filosofía después de haberse asfixiado en los grandes sistemas debe abrazarse ahora en las aporías.
Si algún término de altísimo linaje puede revelar la recóndita angustia de esos teóricos, ahí está precisamente ese nombre que viene de Aristóteles. Aporía significa etimológicamente “sin camino”.
Trágica situación, que aunque lleva nombre griego, no disimula en lo más mínimo las raíces económicas de la clase social que allí se angustia. Porque entre la burguesía que marcha hacia la muerte y el proletariado que sabe con igual certidumbre que los destinos de la humanidad están entre sus manos, hay otra clase social de caracteres híbridos y de contornos ambiguos que nunca sabe a ciencia cierta lo que quiere. Tironeada de un lado por la burguesía, atraída del otro por el proletariado, la pequeña burguesía constituye una clase turbia, indecisa y vacilante. Aplastada por la gran burguesía, la pequeña no desaparece de acuerdo a una línea gradualmente descendente. Se mueve entre contradicciones y tiene por lo mismo una marcha en zigzag. La fuerza que la oprime es la producción en gran escala que periódicamente desaloja a los pequeños capitales; malos tiempos entonces que hace del pequeño burgués un proletario. La fuerza que la eleva es la desvalorización periódica del gran capital motivada por el envejecimiento de las máquinas y de las técnicas; excelente época para la pequeña burguesía que levanta cabeza durante un corto tiempo hasta que el gran capital la obliga en breve a doblegarse.
Burgués unas veces, proletario otras, el pequeño burgués vive perpetuamente sentado entre dos sillas, rechazado por la burguesía en la cual desearía entrar, atraído por el proletariado en el cual teme caer.
Abierto a las innovaciones pero deseoso de implantarlas dentro de la ponderación, el pequeño burgués no alcanza a comprender que la educación no es un fenómeno accidental dentro de una sociedad de clases, y que para renovarla de verdad se necesita nada menos que transformar desde la base el sistema económico que la sustenta. Tal perspectiva le horroriza y no puede entrar en sus planes para nada, pero como no es sordo a las voces de su tiempo prefiere creer que dentro del capitalismo se llegará mediante retoques paulatinos a transformar la sociedad.
Algunas conquistas aparentes le dan a veces una sombra de razón; en determinadas circunstancias, cierto es la burguesía puede verse obligada a oportunas concesiones con el objeto de desarmar algunas amenazas. Pero esas retiradas prudentes que no comprometen jamás sus intereses vitales se transforman en instantáneas ofensivas cuantas veces se siente peligrar. Creer por lo tanto que con pequeños retoques en la educación se podría cambiar la sociedad es no sólo una esperanza absurda, sino socialmente mucho peor; una utopía que resulta a la postre reaccionaria porque encalma o entibia las inquietudes y las rebeldías con la ilusión de que el día en que el Estado se “autolimite” el día en que el Estado se desprenda graciosamente de la educación, ese día en que el estado se desprenda graciosamente de la educación, ese día será el de la natividad del hombre nuevo. Al pretender para la escuela una región imposible por encima de las clases, la pequeña burguesía la entrega de hecho maniatada a las más obscuras fueras del pasado.
Signos bien elocuentes está mostrando ya la tendencia que la empuja a la derecha. El discurso en que Kerschenteiner anunció la escuela del porvenir, ¿no fue pronunciado en la Iglesia de San pedro, en Zurich?
La escuela activa de que tanto habla el bueno de Alfredo Ferriere, ¿no enseña también a ver en la gendarmería y el ejército los protectores y guardianes de la sociedad y la familia.
Gaudig el autor de “La escuela al servicio de la personalidad en desarrollo”, ¿no afirma que para que esa personalidad se realice es menester que la escuela esté de acuerdo con el estado “unificador” y con la Iglesia “moralizadora”. La patética señora Montessori, después de arrojar de su ciudad educativa a los gnomos y a las hadas porque las cosas de la fantasía ayudaban en muy poco a la mentalidad de sus discípulos ¿no nos ha venido después con que lo fantástico de la religión, lejos de extraviar al niño le es más bien beneficioso?. Y William Boyd, para quien los programas escolares deben plantearse siempre en “términos de universo” ¿no nos ha dicho en la Quinta Conferencia de Etimore, que ese Universo dentro del cual puede el niño realizarse supone “vivir en la cooperación como miembro del reino de Dios en vivir para realidades invisibles”?
“Sería un crimen contra el sagrado misterio del alma infantil, se dice, llevar hasta ella nuestra preocupaciones y nuestros odios”.
Y mientras hasta en el más escondido rincón de la sociedad capitalista todo está construido y calculado para servir a los intereses de la burguesía, el pedagogo pequeño burgués cree que pone a salvo el alma de los niños porque en las horas que pasa por la escuela se esfuerza en ocultarle ese mundo tras de una espesa cortina de humo. ¿No están sin embargo, los intereses de la burguesía en los textos que el niño estudia, en la moral que se le inculca, en la historia que se le enseña?.
La llamada “neutralidad escolar” sólo tiene por objeto substraer al niño de la verdadera realidad social; la realidad de las luchas de clase y de la explotación capitalista; capciosa “neutralidad escolar” que durante mucho tiempo sirvió a la burguesía para disimular mejor sus fundamentos y defender así sus intereses. Para un niño que asiste a cualquiera de las escuelas de la época de Ponce en Argentina, se pregunta el autor, ¿Cuál es, por ejemplo, la causa de la desocupación?
“Al salir de la escuela, el niño obrero o campesino ignora que existen las clases sociales y que él pertenece a una de ellas. Si lo llega a saber es porque lo ha aprendido solo con no poca pena. Se le ha presentado tan habitualmente el panorama del mundo y las conexiones de los intereses que lo poco que él sabe lo lleva a creer en su solidaridad con una clase de la cual está excluido”.
Si reúne las mil “explicaciones” que ha recibido a través de las fábulas, “lecturas libres” conversaciones de moral, etc, llegará a estas conclusiones. No tienen trabajo;
1-Los obreros que no quieren trabajar.
2-Los malos obreros.
3-Los que no conocen bien su oficio.
4-Los que están siempre descontentos con el patrón.
5-Los que se dan al alcoholismo.
Cada lección de literatura, o de derecho, de sociología o de economía ¿no concurre a demostrar con insistencia infatigable que es necesario, absolutamente necesario que subsista y se afiance la sociedad capitalista?
Las horas que el niño pasa en la escuela sólo significan además, un momento de su vida, y sería ridículo creer que ni en el mejor de los casos podrían contrarrestar la enseñanza infinitamente más tenaz y organizada de la calle, del hogar, del cine, de la radio, del teatro, de la prensa.
Al plantear el problema de por qué los movimientos obreros cuando no están nítidamente conducidos se impregnan con la ideología de la burguesía. Lenin contestaba: “Por la sencilla razón de que la ideología burguesa, por su origen, es mucho más antigua que la proletaria, porque está estructurada por múltiples costados, porque dispone de medios de difusión incomparablemente más numerosos”.
Lo que Lenin decía del movimiento obrero se puede superponer p unto por punto al movimiento pedagógico. Respetar la libertad del niño dentro de la sociedad burguesa, equivale ni más ni menos que a decir; renuncio a oponer la más mínima resistencia a las influencias sociales formidables y difusas con que ola burguesía los impregna en su provecho. Y no se venga después con que es posible luchar contra esas fuerzas quitando a los chicos los juguetes guerreros, corrigiendo este o aquel libro de historia, enviando cartitas amistosas a los niños del Japón o celebrando el día de la “buena voluntad”.
Cuenta Frolich en sus “Recuerdos” que Pestalozzi se opuso durante muchos años a que su propio hijo ingresara en una escuela porque “la naturaleza”, decía, es la que todo lo sabe. Un día con gran asombro suyo se encontró con que el chico sabía leer y escribir. Aunque su candor llegaba a los fantástico, no se atrevió a acatar el milagro. Cuando pudo averiguar, descubrió que a escondidas suyas su propia esposa le había enseñado a leer. No de otro modo la burguesía gusta comportarse también con los maestros; mientras éstos creen que reciben en sus manos el alma “virgen” de los niños, “la burguesía” ya ha enseñado a “escondidas” a esos mismos niños, lo que ella quiere que sientan y que crean.
A la burguesía le conviene fomentar en los maestros la ilusión desdichada de que son apóstoles o misioneros a quienes entrega sin condición la enseñanza de sus hijos. “Todo educador puede considerarse como sacerdote” escribeJorge Kerscensteiner y luego de analizar sus rasgos psicológicos más típicos, añade que es “la candorosa infantilidad” la virtud fundamental del educador. El verdadero educador, continua después, debe tener además, “una fe viva en lo divino de los principios fundamentales de la conciencia” .
“El sol, de su fe en los valores eternos no le permite nunca desalentarse, sino esperar siempre ¡Que sentimiento aparte del religioso, podrá ser más conveniente que éste para el educador que tantos contratiempos tiene que arrostrar!”.
“Conducir al hombre, como portador consciente de los valores eternos, a un sentido de la vida equivale a erigirse en instrumento del Eterno para la realización de dichos valores”.
Un “apóstol” sufrido y “candoroso” que soporte tranquilo la miseria y el hambre, porque cuanto más hambre y miseria más diáfano será el apóstol, he ahí un ideal que la burguesía tiene particular interés en difundir. En directo contacto con las masas populares sería peligroso que el maestro llegara a comprender que también es un obrero como los otros, y como los otros explotados y humillado. ¡Que procedimiento más refinado, en cambio, convertir su propia miserable situación en la virtud más excelsa de este venerable “instrumento del eterno”.
¡Pero que no se le ocurra al instrumento venerable del Eterno pronunciar la más mínima palabra que contraríe los intereses de los amos. La reacción más brutal caerá de inmediato sobre su cabeza, y si el “candor” que es su virtud no ha hecho de él irremediablemente un pobre diablo, comprenderá enseguida todo lo que había de falso y miserable en las adulaciones intencionadas de que había sido objeto.
En una comedia titulada Las Báquides, Plauto representa a un joven libertino que quiere arrastrar a su maestro a casa de una de sus amantes. El maestro resiste y moraliza, pero cuando ha terminado de hablar, el discípulo se contenta con decirle: “?Quien es aquí el esclavo, yo o tú”? y el maestro que nada tiene que objetar, acompaña a su alumno murmurando. Crudas palabras de una rudeza sangrienta pero que ni los maestros más insignes han dejado de sufrir; desde Aristóteles que se las escuchó a Alejandro y desde Fenelón que se las oyó al duque de Borgoña hasta los maestros de nuestros días frente a sus ministros respectivos. Ochenta años después de que el ministro prusiano von Raurer afirmara que la “preparación del magisterio no debía sobrepasar esencialmente el saber popular”, un ministro socialista belga, Jules Destree, en un llamamiento fechado en febrero de 1920, aseguraba que el interés de la escuela limita en los maestros el ejercicio de los derechos políticos.
Y como si este texto no fuera suficientemente claro, el ministerio liberal Vauthier, con fecha 7 de febrero de 1928, no sólo recordaba y aprobaba las anteriores palabras de su colega socialista sino que agregaba esta párrafo de lógica no muy impecable pero de intención transparente; “La sociedad moderna no conoce el delito de opinión y se atentaría contra la conciencia humana negando a los funcionarios el derecho de adherirse en su fuero interno o de expresar en la vida privada su adhesión intelectual a concepciones sociales o a formas políticas que nosotros mismos rechazamos. Pero el maestro que públicamente, por la palabra o por la prensa, proclame sus simpatías por doctrinas que sean la negación y la antitesis del orden moral y social que hemos adoptado, ese no podrá ser el mismo tiempo propagandista de sus convicciones y servidor del estado; ese tendrá que elegir”. ¡Adiós el sacerdote y el apóstol con su candor casi infantil!
Si el instrumento del Eterno no se conduce, dentro de la escuela, y fuera de ella, exactamente como la burguesía quiere a ciencia cierta lo que tiene que elegir.
Así hemos dado fin a esta obra de Aníbal Ponce la cual reproduciremos en un solo material próximamente.
Siguiendo la clase social que detenta los poderes de cada Estado se ve como a la sujeción económica se agrega la sujeción mental del pueblo. Ponce analiza aquí el pasado para profundizar en el no con la mera curiosidad de un erudito, sino para sacar a luz todas sus lacras y llegar a la conclusión de que pueden ser eliminadas. Basta para ello el viraje histórico que ponga a la clase de los trabajadores en el Poder, el establecimiento de la sociedad socialista.
Siempre viene a decir Ponce en esta obra, la educación ha sido practicada con carácter de clase cualquiera que fuese el manto que la cubriese. En Roma como en la Edad Media estaba destinada a los privilegiados, no al pueblo. Luego cuando e. desarrollo del capitalismo necesitaba elevar la preparación del proletariado afín de rendir un trabajo más calificado, se ampliaron los cauces educacionales pero cuidando mucho de que sirvieran no a los propios intereses de la clase obrera, sino al de los capitalistas.

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